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Asociación Filosófica del Uruguay

martes, 7 de febrero de 2012

ALIAS ‘ROBERTO’ -DIARIO IDEOLÓGICO DE UNA GENERACIÓN


Sirio López Velasco






ALIAS ‘ROBERTO’
-DIARIO IDEOLÓGICO DE UNA GENERACIÓN-
















Para   Carolina   y   Sirio Roberto, deseándoles que sepan gozar 
las tentaciones y vencer a la tentación



Je sème à tout vent
(Inscripción de algunas monedas de Franco francés en los años 70)

























ÍNDICE

Página
Introducción y Advertencia
      5
PARTE I - Tiempos de juventud y exilios
      7
Primeras palabras
      8
Tiempos revueltos (Uruguay 1969-1972)
     20
El primer exilio (Chile 1972-1973)
     45
El segundo exilio (Cuba 1973-1976)
     56
El tercer exilio (Bélgica 1977-1985)
     67
PARTE II -  Tiempos de madurez y perseverancia
   107
Tiempos de cátedra: Filosofía y Educación Ambiental  (1986-2007)
   108
Tiempos de esperanzas, advertencias y decepciones electorales (1999-2005)
   158
En el filo de la navaja: buscando alternativas poscapitalistas (a partir de 2006)
   192



































INTRODUCCIÓN Y ADVERTENCIA


                Lo que sigue es una lectura de un período histórico de 40 años que se abre en 1968, tan rico y sobre el cual hay tantas lecturas diversas posibles, aunque el ángulo de enfoque sea tan estrecho como lo es el de una memoria individual del pequeño Uruguay (que no pierde su pequeñez cuando se ensancha en el exilio). Por eso “confieso”, en singular, mis sueños y decepciones. Toda otra lectura será bienvenida, para enriquecer y superar la parcialidad de la nuestra.

Sirio López Velasco

Abril de 2007








































ALIAS ‘ROBERTO’
-DIARIO IDEOLÓGICO DE UNA GENERACIÓN-








PARTE I
TIEMPOS DE JUVENTUD Y EXILIOS

















PRIMERAS IDEAS

Porque todos los días sucede que mucha gente amanece transformada en un gran insecto (con perdón de los insectos) y porque no me gustaría que eso me o les sucediese a ustedes dos, escribo lo que sigue. Se que es muy posible que quizá todo ya esté escrito, y también que lo que más importa es vivir; por eso Borges me da infinita pena cuando dice que no tuvo tiempo de vivir porque había leído-escrito (la misma pena que sin duda sentía Neruda al confesar que había vivido), aunque mediante el aufheben hegeliano podemos vivir-leyendo. Ahí está la advertencia de Lermontov: “ Es posible que mañana muera, y en la tierra no quedará nadie que me haya comprendido por completo. Unos me considerarán peor y otros mejor de lo que soy. Algunos dirán que era una buena persona; otros, que era un canalla. Pero las dos opiniones serán igualmente equivocadas”. Allá la letra perfecta de Sábato: “El pobre Bill yendo de voluntario a la RAF, ahora sin piernas, quemado mirando pensativo  por la ventana que da a la calle Morán; ¿para que los empresarios alemanes, muchos de ellos nazis o criptonazis, terminaran haciendo buenos negocios con los empresarios ingleses, durante exquisitas comidas, con amables sonrisas. Terminaran haciendo negocios? ¿Pero aun en plena guerra no había colaborado con Hitler la ITT?¿Y la General Motors no le había vendido subrepticiamente motores para tanques? Claro, cómo no admirar a Guevara. Pero sorda y tristemente algo le murmuraba que en 1917 la Revolución Rusa también había sido romántica, grandes poetas le habían cantado. Porque toda revolución, por pura que sea, y sobre todo si lo es, está destinada a convertirse  en una sucia y policial burocracia, mientras los mejores espíritus concluyen en las mazmorras o en los manicomios. Sí, todo eso era amargamente cierto. Pero el acto de enrolarse en la RAF había sido absoluto, incontamindo y eterno: ni uno ni mil fabricantes de conservas podrían arrebatarle a Bill ese diamante. Qué importaba, entonces, lo que un día podía llegar a ser cualquier revolución. Más aún (pensaba con asombro, recordando a Carlos torturado no ya por Cristo o Marx sino por Codovilla): ni siquiera importaba que la doctrina fuese verdadera. El sacrificio de Carlos fue un absoluto, la dignidad del hombre se salvó una vez más con su solo acto. A pesar de haber sido un iluso, y precisamente por haberlo sido, Carlos rescataba  a la humanidad entera del cinismo y del acomodo, de la bajeza, de la podredumbre. Ahí iban los dos. Al lado de aquél tímido aristócrata que renunciaba a los privilegios de su clase, iba el otro, esmirriado y humilde. Quizá a morir por alguien que un día habría de traicionarlos o defraudarlos”. Quizá todo ya está escrito. Pero la misma fecha de San Juan que es incógnita al fin del cervantino “Entremés del Juez de los Divorcios” se aclara pocos minutos después en las “Confidencias hechas a Bruno”, de Sábato. Y antes, como yo y a miles de kilómetros, Antonio Muñoz Molina en “Sefarad” había adivinado la geometría de los senderos que se bifurcan en el juego de los “si”; que es el de la bala que pasó exactamente a la altura de nuestra cabeza en el momento en el que nos agachamos a atarnos la bota; o el del malón militar que atacó el ómnibus que, a pesar de loca carrera, no pudimos tomar, porque al vestirnos un botón de la camisa se negaba a entrar en el ojal. Los “si” van de la mano con las coincidencias y las diferencias. Porque Muñoz Molina no entendió a Sábato o porque no se dio cuenta de que si es dramático el “Club de los inocentes” de Münzenberg (tropos tan bien rentabilizado por los cómplices del capitalismo), más lo es el “club de los insectos gigantes”; porque quien sabe ni Sábato se siguió a sí mismo; por eso, y aunque quizá todo esté ya dicho, en aquella inusual mañana lluviosa de mayo en Madrid y a pocos metros de la avenida que lleva el nombre de Neruda, me vino la idea inicial de decírselo a ustedes dos a mi modo, (después que haya churrasquiau, diría Fierro; y ahora se darán cuenta que lo que vivimos, es, por lo menos en parte, lo que leemos); he llegado a los cincuenta y es hora de empezar a hacer balances y testamentos; de ideas y luchas, claro, porque el resto es papel mojado; y que ojalá no sean las últimas, claro, porque eso significaría que la vida se ha acabado. Empezando por el fin, porque el suspense a esta altura no tiene cabida: la tentación es “dejarlo todo como está”, como lo quería Wittgenstein de su “segunda filosofía”, sin sospechar que desde siempre quiso lo mismo la filosofía de barrio con el “¡no te metás!”. En su versión más metafísica la tentación consiste en pensar, ubicándose en Sirio, que todo lo que le ocurra a la humanidad será nada en algunos millones de años y que en la eternidad eso no es ni un segundo y no merece preocupación. Sobreponerse a ella es “sentir en la propia mejilla el golpe dado a...” cualquier agredido.
Luchando contra la autocensura, que también es parte de la tentación, me acuerdo de Roberto.
En la televisión hablaba en el 2002 un grupo de señoras españolas, empresarias las unas y empleadas las otras, y el tema es la eventual discriminación de la mujer en el trabajo; una empresaria le dice a una gordita taxista que si es empleada es porque ella lo ha elegido y ésta le responde muy rápida que ella no lo ha hecho, y sí las circunstancias; una camarera madrileña se pregunta por qué en su profesión las mujeres son obligadas a llevar minúsculas faldas mientras los hombres usan pantalones ( y yo pienso que hacía nada más dos días un Fiscal había sido relevado en un juicio en Ponferrada por acoso sexual, después que, atacando a su acusadora, dejó ver con insospechada transparencia el machismo ancestral en su versión capitalista al decir que esa mujer “no era una cajera de supermercado a quien le tocan el trasero y tiene que aguantárselo porque en ello le va el pan  de sus hijos”); otra dice que lo que está en juego es el poder porque mientras los hombres decidan, las mujeres serán discriminadas. Pienso que me llevó muchos años llegar a la idea de que el poder es precisamente eso, la capacidad de decidir, y la primera norma de mi ética argumentativa prescribe exactamente la lucha por la realización de nuestra libertad de decisión. La gordita ha mostrado en una frase que Marx tenía razón en lo esencial, a saber, que antes que las personas deciden las clases, y que la vida viene predeterminada por esa división; y que la libertad de la gente vendría sólo con el fin de esa división. Unas y otras revelaban las pequeñas y decisivas miserias cotidianas del capitalismo; esas que muchos no ven o no quieren ver hoy porque se consideran superlúcidos que han superado al club de la inocencia; y no hablo de calamidades del Tercer Mundo que inicia un tercer milenio que se parece a un primero, sino también a estas de camareras, taxistas y empresarias, y  de la miseria de aquella señora que en la planta baja del edificio que alberga el consulado brasileño en Madrid está ocho horas encerrada en una pieza de dos por dos atrás del ascensor donde nunca llega el sol, y con su uniforme impecable revisa cartas y se ocupa de cosas de las que nunca nada sabremos; y la de los choferes de autobús de Madrid que en el 2002 fueron blanco de la ira diaria de la TV en sus dos semanas de huelga motivadas por el sueño que los duerme al volante cuando están obligados a trabajar hasta 16 horas al día para redondear un salario razonable; la de los viajes como sardinas en el tren de cercanías o en los cotidianos embotellamientos a las puertas de la urbe, a la ida y vuelta del trabajo. Y dos horas después la TV mostraba un sorteo de 38 viviendas con bajo alquiler en Alcalá de Henares, la misma de Cervantes, y una madre entre las mil presentes lloraba de alegría porque le había tocado a su hijo y  otra se preguntaba qué iba a ser de los suyos porque los trabajos les duran seis meses, transcurridos los cuales, otros jóvenes, también temporarios, serán llamados a sustituirlos, con idénticos salarios bajos; ...y  tantos otros etcéteras que quizá afloren en cualquier momento y lugar.   Pero como la Biblia suele estar junto al calefón, el mismo día y casi a la misma hora de los apartamentos de Alcalá, un rey designado por Franco en 1969 como su sucesor confiere el premio de las letras a Arthur Miller, por su celo crítico-humanista; y éste lo recibe, agradecido.                                                  
Digo que me acuerdo de Roberto y de que lo que lo llevó a la lucha armada no fueron las tragedias cotidianas como las antes reseñadas; sencillamente porque no las conocía. Me dijo que lo que lo animaba era un sentimiento de justicia que pulsaba contra la descarada desigualdad entre los que se ahogaban en el lujo y los que ni agua tenían para ahogarse. No podría imaginar entonces que el mismo día de la camarera y de Arthur Miller la TV española también se haría eco entusiasmado de la idea surgida entre los paladines de

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