miércoles, 15 de febrero de 2012
jueves, 9 de febrero de 2012
Yo no me explico, tu no entiendes
En muchas ocasiones, hablando con
nuestros hijos, amigos, compañeros o alumnos, transmitimos una idea, una
propuesta o una instrucción que al parecer no es comprendida por nuestro
interlocutor, ya que el resultado obtenido no es el que pretendíamos al hablar.
Y nos preguntamos, ¿no nos ha entendido, no nos quiere entender?¿Nos preguntamos si nos hemos explicado , es decir, si hemos emitido el mensaje correctamente?
La comunicación eficaz depende de muchos factores, tanto formales, ambientales como no verbales,y en la deficiente comprensión y emisión de la respuesta, incluso en el conflicto entre dos interlocutores, influyen todos ellos:
Puede ser que no me haya explicado bien, que por distintas razones no sea capaz de decir todo lo que quiero decir, y el mensaje quede interrumpido o incompleto. Para evitar esto, debería prepararlo antes, estudiando los aspectos fundamentales del mensaje, cuidando el lugar y el momento,y previendo posibles objeciones. En algunos casos, improvisamos, construimos el mensaje sobre la marcha, con lo cual si no está suficientemente claro para nosotros,es difícil que lo esté para otra persona.A veces, es una cuestión de que el lugar o el momento no se prestan a mantener determinado tipo de conversación, con lo que nuestro interlocutor no está receptivo.
Y nos preguntamos, ¿no nos ha entendido, no nos quiere entender?¿Nos preguntamos si nos hemos explicado , es decir, si hemos emitido el mensaje correctamente?
La comunicación eficaz depende de muchos factores, tanto formales, ambientales como no verbales,y en la deficiente comprensión y emisión de la respuesta, incluso en el conflicto entre dos interlocutores, influyen todos ellos:
Puede ser que no me haya explicado bien, que por distintas razones no sea capaz de decir todo lo que quiero decir, y el mensaje quede interrumpido o incompleto. Para evitar esto, debería prepararlo antes, estudiando los aspectos fundamentales del mensaje, cuidando el lugar y el momento,y previendo posibles objeciones. En algunos casos, improvisamos, construimos el mensaje sobre la marcha, con lo cual si no está suficientemente claro para nosotros,es difícil que lo esté para otra persona.A veces, es una cuestión de que el lugar o el momento no se prestan a mantener determinado tipo de conversación, con lo que nuestro interlocutor no está receptivo.
O quizás la otra persona no sea
capaz de prestar suficiente atención por preocupaciones u ocupaciones no
relacionadas con lo que estamos hablando, o bien ,tenga alguna distracción a su
alcance.Debemos verificar que nos está prestando atención, y que va
comprendiendo el mensaje,evaluando sus comportamientos no verbales (por
ejemplo, si nos está mirando atentamente, o está atento a sus papeles, al
reloj, o a lo que pasa por la ventana), y hacer preguntas de control,
para saber si está siguiendo el contenido de la conversación.
Hay casos en que la comunicación
falla porque el interlocutor simplemente no entiende lo que le hemos
dicho. Debemos tener en cuenta esta posibilidad, y hablar de manera asequible adaptando
el discurso para que la otra persona pueda entenderlo, dependiendo de su
edad, formación, experiencia, etc.
Puede ser también que la otra
persona capte el mensaje, pero no lo acepte. Debemos propiciar que exprese
con franqueza las posibles objeciones que pueda tener, para debatirlas,
y encontrar soluciones conjuntas, posiblemente a medio camino de lo que
nosotros esperábamos.
Otro problema que puede surgir en
la comunicación es relativo a la retención de la información, la persona
ha captado, comprende y acepta el mensaje, pero no lo retiene en su totalidad,
o no suficiente tiempo como para recuperarlo después de su memoria. Para
evitarlo, podemos ir haciendo resúmenes parciales, y animando a nuestro
interlocutor a tomar notas por escrito.
Por otro lado,gran parte de lo
que transmitimos en nuestra comunicación no son palabras: más del 90% se trata
de lo que decimos mediante el lenguaje corporal, gestual y el tono
de voz.
Entonces, para afinar la comunicación en nuestras relaciones en el aula o en familia, podemos tener claro lo que transmitimos y captar lo que el otro interlocutor nos intenta transmitir mediante el conocimiento de la proxémica (análisis de la proximidad corporal en las relaciones) y de la kinestesia (análisis de la información captada por el movimiento corporal propio y de los demás, relacionada con la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner).
Un resumen de lo que tenemos que tener en cuenta respecto al lenguaje corporal a la hora de comunicarnos eficazmente, puede ser basado en las siguientes pautas:
Entonces, para afinar la comunicación en nuestras relaciones en el aula o en familia, podemos tener claro lo que transmitimos y captar lo que el otro interlocutor nos intenta transmitir mediante el conocimiento de la proxémica (análisis de la proximidad corporal en las relaciones) y de la kinestesia (análisis de la información captada por el movimiento corporal propio y de los demás, relacionada con la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner).
Un resumen de lo que tenemos que tener en cuenta respecto al lenguaje corporal a la hora de comunicarnos eficazmente, puede ser basado en las siguientes pautas:
Ojos: Se dice que
los ojos son las ventanas del alma, porque suelen expresar claramente las
emociones. Mirar de frente y limpiamente a los ojos del otro es transmitir
seguridad, amistad, madurez y sinceridad.Sin embargo, no se debe mirar
fijamente al rostro del otro, para evitar tanto incomodarle como sentirse uno
mismo incómodo.Lo mejor es mirar alternativamente al entrecejo (punto entre los
dos ojos) y a la boca. Además, como ya sabemos por las normas de cortesía,pero
a veces olvidamos si "hay confianza",es conveniente no mirar a otros
lugares mientras hablamos con alguien, ni analizar abiertamente su ropa,
zapatos,etc., ni mirar el reloj.
Manos: Las manos
complementan las palabras y dan énfasis a la conversación, sin embargo no hay
que moverlas excesivamente ni realizar con ellas actividades que puedan
distraer al interlocutor; mucho menos aproximarlas al rostro del otro.
Sonrisa: Acompañar la
conversación con sonrisas cálidas y francas, transmite confianza y buena
disposición, aun cuando las relaciones sean tensas.En este caso, es conveniente
no exagerar, es fácil detectar una sonrisa
fingida puesto que en la sonrisa verdadera intervienen los músculos
orbiculares, que no podemos controlar conscientemente.
Tacto: Aunque es
habitual encontrar personas que dan palmadas en la espalda o tocan a los otros
en los brazos o codos, para llamar su atención; en ocasiones esto puede ser una
fuente de malestar para el interlocutor, aunque tengamos confianza con él.Es
mejor no tocar a la otra persona innecesariamente, salvo para expresarle una
muestra de afecto que estemos seguros necesita.Tampoco es conveniente ocultar
las manos (por ejemplo metiéndolas en los bolsillos), puede ser interpretado
como signo de indiferencia y mala educación.
Postura: Abordar una
conversación en el borde de una silla o sillón, o bien mover constantemente
piernas y pies, cambiar a menudo de postura, etc., son gestos que indican
aburrimiento e impaciencia, y pueden ser interpretados como falta de interés
por nuestro interlocutor. Escuchar con las manos detrás de la cabeza y el
cuerpo estirado hacia atrás, denota una seguridad en sí mismo que puede ser
interpretada por el otro como prepotencia.
Finalmente, para abordar una
conversación cuando las relaciones son tensas y evitar que desemboquen en
discusión o conflicto, podemos tener en cuenta las siguientes pautas:
Escoger el mejor momento y lugar
posibles
Tratar de comprender la situación
y al otro. No tratar a toda costa de "ganar la batalla"
Centrarse en el motivo actual de
discusión, no en otras cuestiones del pasado
Exponer las cuestiones
positivamente.Defender el propio punto de vista sin menospreciar ni faltar al
respeto al otro.Resaltar lo positivo de la situación y del interlocutor.
Enfrentarse al problema, no al
interlocutor.Evitar el "tú eres""Siempre tienes que...",
hablando en primera persona: "creo que""me parece
que""entiendo tu opinión,pero".Tampoco decir al otro
directamente lo que debe de hacer, sino preguntarle sobre cómo cree que
conjuntamente podrían resolver la situación.
Estar dispuesto a hacer las paces
completamente si se llega a un acuerdo.No mostrarse nunca reconcoroso ni
vengativo.
Pensar siempre antes de
hablar.Respetar la palabra del interlocutor, no adelantarse a sus expresiones
ni opiniones, no interrumpirle cuando hable.Escuchar (que no es lo mismo que
oir), sin prejuzgar.
Ser sincero no significa hacer
daño al otro. Se puede decir la verdad con respeto y con cariño, hablando
pausadamente y sin tono de reproche. El tono de "sermón" hace que el
interlocutor se ponga a la defensiva y no escuche.
http://www.youtube.com/watch?
martes, 7 de febrero de 2012
ALIAS ‘ROBERTO’ -DIARIO IDEOLÓGICO DE UNA GENERACIÓN
Sirio
López Velasco
ALIAS ‘ROBERTO’
-DIARIO IDEOLÓGICO
DE UNA GENERACIÓN-
Para Carolina
y Sirio Roberto, deseándoles que
sepan gozar
las tentaciones y vencer a la
tentación
Je sème à tout vent
(Inscripción de algunas monedas de Franco
francés en los años 70)
ÍNDICE
Página
Introducción y Advertencia
|
5
|
PARTE I - Tiempos de juventud y exilios
|
7
|
Primeras palabras
|
8
|
Tiempos revueltos (Uruguay 1969-1972)
|
20
|
El primer exilio (Chile 1972-1973)
|
45
|
El segundo exilio (Cuba 1973-1976)
|
56
|
El tercer exilio (Bélgica 1977-1985)
|
67
|
PARTE II -
Tiempos de madurez y perseverancia
|
107
|
Tiempos de cátedra: Filosofía y Educación
Ambiental (1986-2007)
|
108
|
Tiempos de esperanzas, advertencias y
decepciones electorales (1999-2005)
|
158
|
En el filo de la navaja: buscando
alternativas poscapitalistas (a partir de 2006)
|
192
|
INTRODUCCIÓN Y ADVERTENCIA
Lo
que sigue es una lectura de un período histórico de 40 años que se abre en
1968, tan rico y sobre el cual hay tantas lecturas diversas posibles, aunque el
ángulo de enfoque sea tan estrecho como lo es el de una memoria individual del
pequeño Uruguay (que no pierde su pequeñez cuando se ensancha en el exilio).
Por eso “confieso”, en singular, mis sueños y decepciones. Toda otra lectura
será bienvenida, para enriquecer y superar la parcialidad de la nuestra.
Sirio López Velasco
Abril de 2007
ALIAS ‘ROBERTO’
-DIARIO IDEOLÓGICO
DE UNA GENERACIÓN-
PARTE I
TIEMPOS DE JUVENTUD Y EXILIOS
PRIMERAS IDEAS
Porque todos los días sucede que mucha gente amanece
transformada en un gran insecto (con perdón de los insectos) y porque no me
gustaría que eso me o les sucediese a ustedes dos, escribo lo que sigue. Se que
es muy posible que quizá todo ya esté escrito, y también que lo que más importa
es vivir; por eso Borges me da infinita pena cuando dice que no tuvo tiempo de
vivir porque había leído-escrito (la misma pena que sin duda sentía Neruda al
confesar que había vivido), aunque mediante el aufheben hegeliano podemos vivir-leyendo. Ahí está la advertencia
de Lermontov: “ Es posible que mañana muera, y en la tierra no quedará nadie
que me haya comprendido por completo. Unos me considerarán peor y otros mejor
de lo que soy. Algunos dirán que era una buena persona; otros, que era un
canalla. Pero las dos opiniones serán igualmente equivocadas”. Allá la letra
perfecta de Sábato: “El pobre Bill yendo de voluntario a la RAF, ahora sin piernas,
quemado mirando pensativo por la ventana
que da a la calle Morán; ¿para que los empresarios alemanes, muchos de ellos
nazis o criptonazis, terminaran haciendo buenos negocios con los empresarios
ingleses, durante exquisitas comidas, con amables sonrisas. Terminaran haciendo
negocios? ¿Pero aun en plena guerra no había colaborado con Hitler la ITT?¿Y la General Motors no
le había vendido subrepticiamente motores para tanques? Claro, cómo no admirar
a Guevara. Pero sorda y tristemente algo le murmuraba que en 1917 la Revolución Rusa
también había sido romántica, grandes poetas le habían cantado. Porque toda
revolución, por pura que sea, y sobre todo si lo es, está destinada a
convertirse en una sucia y policial
burocracia, mientras los mejores espíritus concluyen en las mazmorras o en los
manicomios. Sí, todo eso era amargamente cierto. Pero el acto de enrolarse en la RAF había sido absoluto,
incontamindo y eterno: ni uno ni mil fabricantes de conservas podrían
arrebatarle a Bill ese diamante. Qué importaba, entonces, lo que un día podía llegar a ser
cualquier revolución. Más aún
(pensaba con asombro, recordando a Carlos torturado no ya por Cristo o Marx
sino por Codovilla): ni siquiera importaba que la doctrina fuese verdadera. El
sacrificio de Carlos fue un absoluto, la dignidad del hombre se salvó una vez
más con su solo acto. A pesar de haber sido un iluso, y precisamente por
haberlo sido, Carlos rescataba a la humanidad
entera del cinismo y del acomodo, de la bajeza, de la podredumbre. Ahí iban los
dos. Al lado de aquél tímido aristócrata que renunciaba a los privilegios de su
clase, iba el otro, esmirriado y humilde. Quizá a morir por alguien que un día
habría de traicionarlos o defraudarlos”. Quizá todo ya está escrito. Pero la
misma fecha de San Juan que es incógnita al fin del cervantino “Entremés del
Juez de los Divorcios” se aclara pocos minutos después en las “Confidencias
hechas a Bruno”, de Sábato. Y antes, como yo y a miles de kilómetros, Antonio
Muñoz Molina en “Sefarad” había adivinado la geometría de los senderos que se
bifurcan en el juego de los “si”; que es el de la bala que pasó exactamente a
la altura de nuestra cabeza en el momento en el que nos agachamos a atarnos la
bota; o el del malón militar que atacó el ómnibus que, a pesar de loca carrera,
no pudimos tomar, porque al vestirnos un botón de la camisa se negaba a entrar
en el ojal. Los “si” van de la mano con las coincidencias y las diferencias.
Porque Muñoz Molina no entendió a Sábato o porque no se dio cuenta de que si es
dramático el “Club de los inocentes” de Münzenberg (tropos tan bien rentabilizado por los cómplices del capitalismo),
más lo es el “club de los insectos gigantes”; porque quien sabe ni Sábato se
siguió a sí mismo; por eso, y aunque quizá todo esté ya dicho, en aquella
inusual mañana lluviosa de mayo en Madrid y a pocos metros de la avenida que
lleva el nombre de Neruda, me vino la idea inicial de decírselo a ustedes dos a
mi modo, (después que haya churrasquiau, diría Fierro; y ahora se darán cuenta
que lo que vivimos, es, por lo menos en parte, lo que leemos); he llegado a los
cincuenta y es hora de empezar a hacer balances y testamentos; de ideas y
luchas, claro, porque el resto es papel mojado; y que ojalá no sean las
últimas, claro, porque eso significaría que la vida se ha acabado. Empezando
por el fin, porque el suspense a esta
altura no tiene cabida: la tentación es “dejarlo todo como está”, como lo
quería Wittgenstein de su “segunda filosofía”, sin sospechar que desde siempre
quiso lo mismo la filosofía de barrio con el “¡no te metás!”. En su versión más metafísica la
tentación consiste en pensar, ubicándose en Sirio, que todo lo que le ocurra a
la humanidad será nada en algunos millones de años y que en la eternidad eso no
es ni un segundo y no merece preocupación. Sobreponerse a ella es “sentir en la propia mejilla el
golpe dado a...” cualquier agredido.
Luchando contra la autocensura, que también es
parte de la tentación, me acuerdo de Roberto.
En la televisión hablaba en el 2002 un grupo de
señoras españolas, empresarias las unas y empleadas las otras, y el tema es la
eventual discriminación de la mujer en el trabajo; una empresaria le dice a una
gordita taxista que si es empleada es porque ella lo ha elegido y ésta le
responde muy rápida que ella no lo ha hecho, y sí las circunstancias; una
camarera madrileña se pregunta por qué en su profesión las mujeres son
obligadas a llevar minúsculas faldas mientras los hombres usan pantalones ( y
yo pienso que hacía nada más dos días un Fiscal había sido relevado en un
juicio en Ponferrada por acoso sexual, después que, atacando a su acusadora,
dejó ver con insospechada transparencia el machismo ancestral en su versión
capitalista al decir que esa mujer “no era una cajera de supermercado a quien
le tocan el trasero y tiene que aguantárselo porque en ello le va el pan de sus hijos”); otra dice que lo que está en
juego es el poder porque mientras los hombres decidan, las mujeres serán
discriminadas. Pienso que me llevó muchos años llegar a la idea de que el poder
es precisamente eso, la capacidad de decidir, y la primera norma de mi ética
argumentativa prescribe exactamente la lucha por la realización de nuestra
libertad de decisión. La gordita ha mostrado en una frase que Marx tenía razón
en lo esencial, a saber, que antes que las personas deciden las clases, y que
la vida viene predeterminada por esa división; y que la libertad de la gente
vendría sólo con el fin de esa división. Unas y otras revelaban las pequeñas y
decisivas miserias cotidianas del capitalismo; esas que muchos no ven o no
quieren ver hoy porque se consideran superlúcidos que han superado al club de
la inocencia; y no hablo de calamidades del Tercer Mundo que inicia un tercer
milenio que se parece a un primero, sino también a estas de camareras, taxistas
y empresarias, y de la miseria de
aquella señora que en la planta baja del edificio que alberga el consulado
brasileño en Madrid está ocho horas encerrada en una pieza de dos por dos atrás
del ascensor donde nunca llega el sol, y con su uniforme impecable revisa
cartas y se ocupa de cosas de las que nunca nada sabremos; y la de los choferes
de autobús de Madrid que en el 2002 fueron blanco de la ira diaria de la TV en sus dos semanas de huelga
motivadas por el sueño que los duerme al volante cuando están obligados a
trabajar hasta 16 horas al día para redondear un salario razonable; la de los
viajes como sardinas en el tren de cercanías o en los cotidianos
embotellamientos a las puertas de la urbe, a la ida y vuelta del trabajo. Y dos
horas después la TV
mostraba un sorteo de 38 viviendas con bajo alquiler en Alcalá de Henares, la
misma de Cervantes, y una madre entre las mil presentes lloraba de alegría
porque le había tocado a su hijo y otra
se preguntaba qué iba a ser de los suyos porque los trabajos les duran seis
meses, transcurridos los cuales, otros jóvenes, también temporarios, serán
llamados a sustituirlos, con idénticos salarios bajos; ...y tantos otros etcéteras que quizá afloren en
cualquier momento y lugar. Pero como la Biblia suele estar junto al
calefón, el mismo día y casi a la misma hora de los apartamentos de Alcalá, un
rey designado por Franco en 1969 como su sucesor confiere el premio de las
letras a Arthur Miller, por su celo crítico-humanista; y éste lo recibe,
agradecido.
Digo que me acuerdo de Roberto y de que lo que
lo llevó a la lucha armada no fueron las tragedias cotidianas como las antes
reseñadas; sencillamente porque no las conocía. Me dijo que lo que lo animaba
era un sentimiento de justicia que pulsaba contra la descarada desigualdad
entre los que se ahogaban en el lujo y los que ni agua tenían para ahogarse. No
podría imaginar entonces que el mismo día de la camarera y de Arthur Miller la TV española también se haría
eco entusiasmado de la idea surgida entre los paladines de
¿EL PRESIDENTE CHÁVEZ DEBE QUEDARSE HASTA EL 2031? QUIEN AVISA AMIGO ES
¿EL PRESIDENTE CHÁVEZ DEBE QUEDARSE HASTA EL 2031?
QUIEN AVISA AMIGO ES
QUIEN AVISA AMIGO ES
Sirio López Velasco (Filósofo, lopesirio@hotmail.com)
En esta breve reflexión abordaremos un tema que ya hemos tocado varias veces en correspondencias privadas con compañer@s venezolan@s, incluso con algun@s muy cercan@s al Pte. Chávez; como no hemos recibido respuestas, creemos que ha llegado el momento de divulgar algo más ampliamente nuestro punto de vista (en especial si sitios revolucionarios como “Rebelión” www.rebelion.org y “Aporrea” www.aporrea.org aceptan publicarlo). ¿Por qué hacerlo? Alguien dijo “soy amigo de mis amigos, pero lo soy más de la verdad”; como en esas palabras puede verse una posible contradicción entre el apego a los amigos y el apego a la verdad, prefiero la postura/conducta de Gandhi que veía en la verdad la mejor herramienta para ayudar a sus amigos, al país y al mundo; (por su parte, el Che se quejaba de unas palabras demasiado elogiosas a su respecto, declarando que si la versión debía ajustarse a los hechos como el guante a la mano, su interlocutor había usado en la circunstancia un guante de box); más prosaicamente, el refrán popular brasileño, reza: “quien avisa, amigo es”.
Después de insinuarlo y decirlo incidentalmente varias veces, el 27 de enero de 2012 en el curso de la muy oficial conferencia de prensa que dio a medios nacionales e internacionales tras recibir al Ministro de Defensa de Perú, el Pte. Chávez proclamó con todas las letras que es su voluntad quedarse hasta 2031 en el Palacio de Miraflores, si el pueblo así lo decide en la elecciones que se sucederán cada seis años.
A la luz de ese sometimiento ante la voluntad popular democráticamente expresada (y el propio ex-presidente norteamericano Jimmy Carter dijo que el sistema electoral venezolano era uno de los mejores y más confiables del mundo), algunos podrían concluir que esa es una cuestión que los venezolanos han de resolver en las urnas, y que los de afuera deberíamos abstenernos de meter la cuchara. Pero sucede que lo que acontece con el proceso que dice querer caminar hacia el socialismo del siglo XXI en Venezuela nos afecta, para bien y para mal, a todos los que compartimos ese ideal, y por eso todos tenemos igual derecho a intentar definir su perfil y lo que mejor le sirve, de la mejor manera posible (algo irónicamente y parafraseando un conocido dicho, alguien podría afirmar “lo que ocurre en Venezuela es demasiado importante como para dejarlo sólo en manos de los venezolanos”); una tercera razón que nos ampara en nuestro atrevimiento es el deseo de ayudar a la revolución bolivariana (cuyo destino afecta y afectará mucho a todos, en especial a los latinoamericanos, que creemos que el capitalismo debe ser superado si queremos que la humanidad y buena parte del planeta logren escapar a su alto poder biocida); por eso, otra vez, “quien avisa, amigo es” (aunque la divulgación de estas líneas nos cueste ser borrados de la lista de posibles invitados a Foros de intelectuales que se realizan en Venezuela).
En defensa de la repetida candidatura a la reelección del Pte. Chávez hasta el 2031 se pueden aducir su decisivo papel de liderazgo en el proceso bolivariano (ahora enriquecido con 13 años de ejercicio de la Presidencia), y la aprobación con la que cuenta entre los suyos (reciente encuesta de la firma privada venezolana Hinterlaces le da un 63% de aceptación y dice que 51% aprueba su reelección). Contra este argumento cabe recordar que nada menos que el Partido Comunista de Cuba decidió hace poco que cada cargo dirigente podría ser ejercido como máximo por dos mandatos consecutivos, si entendí bien, exceptuándose de tal disposición a los actuales dirigentes, con Raúl Castro a la cabeza; si esta última precisión tiene el claro y criticable contenido de una subnorma hecha a la medida de determinadas personas (lo que contraría el carácter impersonal de toda norma, como el Che siempre lo demostró al aplicar cualquier medida dura en primer lugar a sí mismo), hay que preguntarse seriamente (y más el Pte. Chávez, que se dice gran admirador de esa Revolución), por qué se ha adoptado esa restricción a dos mandatos consecutivos para cada dirigente. En nuestro libro “El socialismo del siglo XXI en perspectiva ecomunitarista” (Ed. UASLP, México, 2009), ya hacíamos notar que la larga permanencia de algunos individuos en los cargos dirigentes, fue una de las grandes causas del derrumbe del llamado “socialismo real del siglo XX”; porque ese hecho generaba una cohorte de adulones y un culto a la personalidad (en especial del máximo líder, pero que se repetía en cada escalón del Partido dirigente y del Estado), que frenaba el ataque a los errores cometidos, la libre discusión sobre los mejores rumbos socialistas a tomar, e impedía el advenimiento de jóvenes cuadros (aunque fueran y debieran ser probados en la lucha y en la administración) con nuevas ideas, que permitieran a la sociedad mantener un permanente proceso de reformas orientado hacia el comunismo (en nuestra propuesta, hacia el ecomunitarismo), evitando así su encorsetamiento; al haber ocurrido éste, eso determinó que cuando se cuestionaron sus bases, todo el edificio se vino abajo, al contrario de lo que sucede en el capitalismo, que aprendió de larga data la lección de que “algo tiene que cambiar para que todo quede como está”. Así las pretendidas reformas de Teng Siao Ping en China y las de Gorbachov en la URSS trajeron de hecho de vuelta el capitalismo puro y duro (con ciertos visos de capitalismo de Estado con Partido único en el gigante asiático, y claramente mafioso en Rusia), que desde la ex-URSS contagió a todo el llamado “campo socialista del Este europeo” (y en Asia parece contaminar desde China a Vietnam, a juzgar por los análisis de un gran conocedor y amigo de Vietnam, el profesor François Houtart); nótese que tampoco en Cuba faltan los supuestos revolucionarios que, incluso desde dentro del Partido Comunista, llaman a “seguir el camino chino”; de ahí la decisiva importancia que reviste el actual debate y proceso de cambio económico (que de hecho también lo es filosófico, político, educativo-cultural y ecológico) que tiene lugar hoy en Cuba. Así, a la luz de la experiencia de TODOS los procesos que se han guiado por el ideal del socialismo (“real”) en el siglo XX (con excepción de Corea del Norte, pero dudo que alguien en Venezuela invoque a este país como modelo de la democracia participativa que defiende el ideal bolivariano y del socialismo del siglo XXI), aconseja a NO mantener en su cargo por mucho tiempo consecutivamente a los dirigentes (y en especial a los más encumbrados). Creemos que la vuelta a la condición de simple ciudadano-militante de cada dirigente por un cierto período, lo ayuda a ver desde abajo y en convivencia con la gente simple, la realidad-real del país (que aflora sin censura en las colas de los mercados, en los ómnibus y trenes, en las peluquerías y en los bares de la esquina); esa visión ayudaría al dirigente a mejor ejercer su función si/cuando fuera elegido nuevamente después para ello (lo que no obsta para que, por el tiempo en que quedara fuera de la misma, pueda ser un consejero muy valioso, y en especial ello se aplica al Pte. Chávez, que emularía así al Gandhi de toda la vida, y al Mandela que cede la presidencia a un camarada, sin embarcarse en la búsqueda de la reelección indefinida; además la edad de Chávez le permite que, tras un período en el llano, pudiera presentar nuevamente su candidatura a la presidencia, como en Uruguay, por ejemplo, ha ocurrido más de una vez con ex-presidentes, puesto que la reelección continuada está vedada por la Constitución.
La segunda razón que argüimos para sostener nuestra posición contraria a la postulación continua del Pte. Chávez a la presidencia hasta el 2031 (de hecho hasta seis años antes, cuando se realizará la elección que mandata hasta aquel año), viene de la estrategia-táctica imperialista. Sabemos que los imperios (y en especial el de EEUU y la OTAN), no necesitan pretextos para agredir a un pueblo (en proceso socialista, o simplemente nacionalista-antiimperialista) cuando creen que sus privilegios e intereses económico-político-militares están amenazados; pero también sabemos que para consumar la agresión necesitan justificar mediáticamente sus actos a los ojos del mundo (comenzando por su propia opinión interna menos politizada, y siguiendo con la de los vecinos del agredido, y la del mundo en general); en ese sentido es ejemplar la tarea de calumnia-desinformación-
La tercera razón que esgrimimos es la de la confianza en los viejos y nuevos revolucionarios que Venezuela ha forjado o confirmado en la lucha, en especial en este período bolivariano; creemos que una simple mirada a la lista de quienes han ejercido la vicepresidencia y-o algunos cargos ministeriales, bastaría para mostrar que las huestes bolivarianas tienen much@s candidat@s capaces de representarlos en la lid presidencial, con las mismas posibilidades de victoria que Hugo Chávez, pues los logros de su gestión avalan a los ojos del pueblo a tod@s aquell@s que mejor la han representado. (Repetimos que la presencia de otra u otro Presidente bolivariano por un período constitucional, en nada impide que Chávez pueda volver a candidatarse en el siguiente, si las huestes bolivarianas así lo decidieran, en sus respectivos espacios de deliberación).
Un último punto y que se aplica ya al eventual próximo período presidencial de Hugo Chávez (que se abriría con su reelección en octubre de 2012), refiere a la evaluación de su estado de salud. Creo que se equivocan tanto el Presidente como la derecha opositora; esta última porque le augura menos de un año de vida sin tener ningún examen médico preciso en manos; él porque dice estar totalmente curado. Quien pasó por un cáncer sabe que hace falta un período de CINCO años (con tomografías y otros controles médicos) para determinar si hay metástasis o no. Así pues, hasta 2016, como mínimo, nadie puede opinar con rigor científico acerca de las secuelas o no que el padecimiento detectado-operado en 2011 pueda tener en la salud del Presidente.
Para concluir, y como cabe en todo debate revolucionario, quedamos a la espera de cualquier crítica u observación relativa a nuestros puntos de vista.
IX OLIMPIADA DE LOGICA
Posted: 22 Jan 2012 12:10 PM PST
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NAYARIT Y LA ACADEMIA MEXICANA DE LÓGICACONVOCAN A LAIX OLIMPIADA DE LOGICAPrimera Fase 19 al 30 de marzo del 2012 / Fase Final 26 de mayo de 2012El
objetivo de la Olimpiada es promover en los jóvenes el estudio de la
lógica, a través de incitar, cultivar y perfeccionar en ellos su interés
por esta disciplina.Bases para la participaciónPodrán participar todos los alumnos
inscritos en el (los) curso (s) tanto del bachillerato como de licenciatura.Las inscripciones se realizarán directamente con el Comité Organizador en el siguiente e-mail coordinacion.olimpiada@gmail. com
o con las coordinaciones estatales, si existe una en su estado. En el
caso de instituciones que tengan su sede fuera de México, la inscripción
será directamente con el Comité Organizador.Los participantes
con los mejores resultados en la Primera Fase (Fase Eliminatoria)
participarán en la Fase Final. El Comité Organizador dará a conocer
puntualmente la lista de finalistas.InscripcionesEl período de inscripciones será del 16 de enero al 18 de marzo de 2012.No habrá límite en el número de alumnos por institución.Cada Coordinador estatal deberá entregar una lista de profesores participantes a más tardar el 20 de marzo de 2012.La Fase Eliminatoria regional tendrá lugar del 19 al 30 de marzo de 2012 en cada
institución participante.Los exámenes serán distribuidos electrónicamente del jueves 15 al domingo 18 de marzo de 2012.En
la Fase Eliminatoria la aplicación de los exámenes estará a discreción
de los coordinadores estatales o de los profesores de las instituciones
que se hayan inscrito con el Comité Organizador.Los resultados deberán ser reportados al Comité Organizador a más tardar el viernes 6 de abril.La Fase Final será el sábado 26 de mayo de 2012 en las instalaciones de la Universidad Autónoma de Nayarit.ReconocimientosLa Academia Mexicana de Lógica otorgará una constancia a los maestros y alumnos participantes en la etapa final.Mayores informes con:∙ Héctor Paz Díaz∙ Jesús Castañeda Rivera∙ Mari Carmen Roacoordinacion.olimpiada@ gmail.com
La filosofía sale a la calle
La
filosofía sale a la calle: Mauricio Beuchot
15 enero, 2012
Les compartimos una interesante entrevista que
el diario Milenio le hizo al filósofo mexicano -quizás el más reconocido
y leído a nivel mundial- Mauricio Beuchot Puente, a propósito de problemas
contemporáneos que vive nuestra sociedad y país.
φ Filosofar ¿para qué?, se
pregunta el pensador. En un primer impulso, para incidir en las condiciones
políticas y económicas de México; en otro orden, para encontrar la fuente que
le da sentido a la vida.
Mauricio Beuchot, autor de Interpretación y realidad en la filosofía
actual Foto: Pascual Borzelli Iglesias
Mauricio Beuchot reflexiona sobre el quehacer
filosófico, su urgente necesidad de recuperar espacios y de responsabilizarse
con la historia. Además, defiende una fundamentación ontológica de los derechos
humanos y considera a la fe como fuente necesaria de sentido.
Nacido en Torreón en 1950, investigador del
Centro de Estudios Clásicos del Instituto de Investigaciones Filológicas de la
UNAM, ha publicado más de 250 ensayos filosóficos e históricos, es un prolífico
traductor de pensadores novohispanos que escribían en latín, colaborador de
varias revistas nacionales e internacionales y reconocido como uno de los
filósofos iberoamericanos más importantes por su “hermenéutica analógica”. De
entre sus obras destacan Filosofía y derechos humanos (1993), Interpretación
y realidad en la filosofía actual (1996) y Tratado de hermenéutica
analógica (1997).
[Entrevista]
• ¿Desde su perspectiva
ético-política, qué diagnóstico hace sobre el momento histórico que estamos
viviendo, nacional y globalmente?
Estamos en un momento de mucho riesgo porque
vemos que lo más globalizado es la pobreza. Preocupa, cuando menos, por el
impacto en la economía de Europa: ¡no imaginábamos nunca que hubiera problemas
allá! Pero, sobre todo, eso repercute en nuestro país. Me inquieta el trasfondo
—político y económico— que ha desatado la violencia. Si no hay oportunidades,
si no hay opciones, la gente tiende a buscar salidas falsas en la violencia, el
robo, la extorsión. Todo está interconectado. Tenemos que darnos cuenta de que
la situación es muy compleja, que no se trata nada más de encarcelar a los
violentos, sino de crear condiciones de posibilidad para que haya una paz que
anhelamos.
• ¿Qué papel jugaría la
filosofía en un contexto como éste? ¿Tiene algún tipo de incidencia?
Creo que sí. Justamente, lo hemos abordado el
actual director del Instituto de Investigaciones Filosóficas, el doctor
Guillermo Hurtado, y otros compañeros, entre ellos José Alfredo Torres. Hemos
sacado algún trabajo sobre qué hacer para que la filosofía repercuta en la
realidad, sobre todo política, del país. Si vemos con cuidado, comprobaremos
que a principios del siglo XX la filosofía tuvo una enorme incidencia. Vasconcelos,
por ejemplo, participó en la Revolución; Antonio Caso, aunque no tomó parte en
la lucha armada, criticó a los positivistas de Porfirio Díaz. Incluso en Samuel
Ramos se deja observar la filosofía de la cultura. Si del siglo XX quitamos,
por ejemplo, a la corriente marxista y a los teóricos de la liberación, veremos
que la filosofía se ha reducido a una mera cuestión académica, a la torre de
marfil, a las investigaciones.
Debemos recuperar espacios. Ya nadie quiere
hacer trabajo periodístico, por ejemplo. Tanto Vasconcelos como Caso publicaban
en los periódicos; ni siquiera había revistas filosóficas especializadas.
Claro, de esta globalización de la producción intelectual también tiene la
culpa el hecho de que si no es en revistas cada vez más especializadas, que
casi nadie lee, es decir, cada vez más encerradas en la torre de marfil, no
publicamos.
• ¿Qué le parece la decisión
del gobierno actual de eliminar las humanidades de la educación media superior?
Me parece lamentable. Yo estaba muy orgulloso de
que en mi país se sintiera cada vez más el auge de las humanidades. Y pensé que
esto iba por buen camino. La cuestión artística, la cuestión cultural, habían
adquirido una presencia muy fuerte en México. Y de repente, se tomó esa medida
no sólo incomprensible sino lamentable, porque suprime la posibilidad de que
surjan vocaciones intelectuales y artísticas en el bachillerato. Quitando la
presencia de las materias filosóficas, se está evitando que haya una
orientación hacia las humanidades. Somos un reflejo de lo que ocurre en muchas
partes. También he sabido que en España se han suprimido las materias de
filosofía del bachillerato. En lugar de pensar en crear opciones de trabajo,
empleos en la línea de las humanidades, se trata de evitarlos. Porque, de
hecho, se ve a la filosofía como algo inútil; incluso amenazador y peligroso.
¿Para qué encauzar por ahí a los jóvenes si van a ejercer un pensamiento
crítico?
(La entrevista continua sobre otros temas en el enlace de referencia)
Coloquio Internacional de Filosofia y educacion
UNIVERSIDADE DO ESTADO DO RIO DE JANEIRO – UERJ
FACULDADE DE EDUCAÇÃO – EDU
PROGRAMA DE PÓS-GRADUAÇÃO EM EDUCAÇÃO – PROPED
NÚCLEO DE ESTUDOS FILOSÓFICOS DA INFÂNCIA – NEFI
VI Colóquio Internacional de Filosofia da Educação
Tema:
Filosofar: aprender e ensinar
Subtemas:
01. Formação de professores
02. Filosofia/Filosofar com/para/entre crianças
03. Ensino médio
04- Práticas filosóficas extramuros
05. Filosofia, universidade e escola
06. Filosofar com o não filosófico
Data: 15 a 17 de Agosto de 2012
Local: Universidade do Estado do Rio de Janeiro, Campus Maracanã (UERJ).
Organização dos Trabalhos
a) Sessões especiais com convidados nacionais e estrangeiros. Duração: 120 minutos.
b) Sessões temáticas de discussão teórica. Duração: 30 minutos de apresentação mais debate.
c) Sessões
práticas. Apresentações individuais de oficinas ou relatos de
experiência de forma interativa com os participantes. Duração: 60
minutos.
Chamada de Trabalhos
As
propostas para apresentação de trabalhos podem ser de dois tipos:
comunicações (teóricas) ou oficinas (práticas). O tempo de apresentação
para as comunicações será de 30 minutos (mais um tempo para discussão) e
para as oficinas de 60 minutos. Nos dois casos, as propostas devem
incluir título, nome(s) do(s) autor(es), instituição de origem, e-mail
para contato, resumo ampliado (entre 500 e 700 palavras) e referências
bibliográficas, segundo as normas da ABNT. Devem indicar também um dois
subtemas do evento. Cada proponente não pode apresentar mais de um
trabalho e os trabalhos podem conter, como máximo, 3 coautores.
O envio das propostas deve ser feito por e-mail, para o endereço infancia@filoeduc.org,
em arquivo anexo tipo Word ou rtf, até a data-limite de 14 de abril de
2012. O nome do arquivo deve ser o nome do autor, a inicial do sobrenome
mais as letras “Ofic” para oficina e “Comu” para comunicação. Exemplo:
“BeatrizOComu.doc”
A resposta às propostas será dada até 14 de maio de 2012.
O texto completo das propostas aceitas para publicação nos Anais em CD-Rom do evento será enviado até 14 de julho de 2012.
como evitar las preguntas de los niños
CÓMO EVITAR LAS PREGUNTAS DE LOS NIÑOS
por Oscar Brenifier
Traducción: Mercedes García Márquez
La filosofía con niños, como todas las actividades humanas, adolece de ciertos tics y taras. Para empezar, habría que preguntarse porque un adulto preferiría trabajar con niños mejor que con adultos. Por descontado puede ser por vocación o por necesidad, y hay todo tipo de razones, buenas, generosas o nobles, que justifican y explican esa elección profesional, pero como siempre en un análisis filosófico, parece necesario considerar las patologías naturales que no sólo son causa si no también el resultado de esas elección concreta. A guisa de ejemplo, puesto que el cuestionamiento parece ocupar un lugar central en la actividad filosófica, intentemos analizar en particular cómo los adultos tratan las preguntas que hacen los niños.
LOS ADULTOS Y LOS NIÑOS
No pretendemos proponer un estudio exhaustivo de la cuestión, si no solo lanzar algunas pistas que impliquen consecuencias sobre el filosofar mismo. Intuitivamente o conscientemente, una persona que encuentra dificultades para establecer una relación funcional con adultos, podrá volverse hacia los niños. Primero, porque en muchos casos estos últimos no cuestionan la identidad del adulto, y éste se siente grande y fuerte en su presencia. Segundo, porque a priori se le acuerda al adulto la autoridad y el poder sobre los niños. Tercero, porque el adulto tiene la impresión de saber mucho comparado con los niños. Cuarto porque el adulto puede revivir su infancia y para eso algunos se sentirán bien con sus compañeros de infancia. Sin embargo, nada de todo esto es totalmente claro, ni particularmente consciente. Como identificó Frederic Schiller se da siempre una cierta ambigüedad en la relación de un adulto y un niño. Cuando un adulto ve tropezar a un bebé que está aprendiendo a andar, se siente ciertamente muy competente, fuerte y poderoso comparado con él, pero en ese mismo momento se le produce un pequeño toque de celos, ante la idea de ese ser que tiene todavía todas las posibilidades, toda la vida por delante: todas las opciones están abiertas, lo que en consecuencia induce a cierto resentimiento por un pasado ya resuelto y determinado. Seguramente todas las almas buenas protestarán enérgicamente ante semejante sentimiento de envidia hacia un pobre niño inocente y sin defensa, dirán que jamás pensarían algo así.
Los niños son filósofos naturales en el sentido de que con toda facilidad les vienen las preguntas a la mente. A una edad en la que tienen tanto que descubrir del mundo y de si mismos, la sorpresa, la admiración y la estupefacción, características importantes de un espíritu filosófico, están presentes plenamente. Aunque pudiéramos objetar que no es totalmente consciente del contenido de las preguntas que formula: tomemos como ejemplo esos porqués que pudieran ser articulados de manera muy mecánica sin ningún ánimo de respuesta. En cualquier caso, como todo lo que atañe a la naturaleza humana, esta tendencia puede ser educada o animada, interrumpida o desarrollada. Desde la edad de siete u ocho años, observamos como un cierto principio de realidad, que podemos denominar principio de certeza, tan legítimo él, invade el ánimo del niño, lo que sofoca la interrogación metafísica que hasta ese momento constituía la mayor parte de su vida intelectual. Entra en una edad de la ciencia, que supone a su vez su propio ámbito de preguntas y respuestas establecidas que tienden a restringirse al campo de lo físico, constreñidas a lo probable y a la certeza de lo sensible, más comúnmente aceptables que la pura posibilidad o la vena poética. Deseo poner de relieve un cierto condicionamiento del espíritu, tenido por normal y previsible, puesto que ese proceso constituye la mayor parte del aprendizaje de la vida en sociedad, que implica conformarse con el conocimiento y el comportamiento adquiridos socialmente, proceso que simultáneamente conlleva una constricción y una disminución importante de las competencias intelectuales del niño. Naturalmente, la naturaleza y las modalidades de estas transformaciones dependerán mucho del contexto cultura y familiar. En mi opinión la enseñanza filosófica consiste en mantener, instaurar o restaurar el cuestionamiento ilimitado que autoriza al niño, y al adulto más tarde, a pensar lo impensable. Intentaré mostrar como va siendo inhibido lenta o brutalmente ese potencial para el cuestionamiento de un espíritu singular.
DEMASIADO OCUPADO
Me parece haber identificado tres disfunciones importantes mediante las cuales las preguntas de los niños y su capacidad de sorpresa pueden enfriarse o apagarse. Los presentaré por orden de sutileza y sofisticación creciente, aunque el proceso no sea tan mecánico como lo presento, y ciertamente opera a menudo una cierta mezcla heterogénea de comportamientos de los padres o de los adultos. El primer obstáculo, el más común, es el puro y simple no prestar atención a sus preguntas y a su asombro. Esto toma la forma ligera e indirecta de no escuchar, o la forma más brutal de guardar silencio y mirar hacia otro lado. Me parece importante clasificar estos dos tipos de reacciones en la misma categoría, aunque una de ellas guarde una apariencia más flexible y civilizada, a largo plazo producirán exactamente el mismo efecto.
Cuantos padres que no privan nunca o rara vez a sus hijos del derecho de hablar y a los que incluso les horroriza tal cosa, continúan sin embargo haciendo sus cosas, sean importantes o nimias, sea el trabajo, las compras, o ver la televisión, o ir de acá para allá, sin realmente pararse a escuchar a sus hijos. Actuando de este modo los padres establecen una jerarquía precisa con respecto a sus hijos, determinando en el presente y para el futuro lo que es de primer orden y lo que es secundario. La necesidad inmediata prima definitivamente sobre la gratuidad del examen intelectual y la belleza de la contemplación. Si así sucede, el adulto no debería extrañarse, en ese momento o más tarde, que su niño no reflexione antes de actuar y obedezca al primer impulso.
RESPUESTAS HECHAS
La segunda manera de ocultar el hecho de preguntar es respondiendo directamente a sus preguntas, sea cual sea el grado de complejidad, la oportunidad y la calidad de las respuestas. Aunque el tiempo empleado y la manera en que se articulen las respuesta marquen cierta diferencia. Lo que motiva mi crítica de la respuesta del adulto o del profesor es que supone una “falsa” relación con el hecho de preguntar. Este comportamiento aumenta la tendencia a contar con la autoridad exterior, desarrollando la heteronomia más que la autonomía. Lo que califico de “falso” es el hecho de que las preguntas no son apreciadas por si mismas, como un precioso regalo que nuestro espíritu nos ofrece, si no que se ven transformadas en simples demandas de satisfacción, un hueco que pide ser llenado, como algo molesto que el benevolente padre quiere obstinadamente corregir ofreciendo la respuesta hecha. Y sin embargo, estas respuestas serán seguramente menos innovadoras y creativas que la pregunta misma. La idea que avanzo aquí es la de que afirmar que una pregunta tiene valor por ella misma. Representa una apertura al mundo y al ser, que necesariamente produce un concepto o una idea, como negativo de algo que no tiene más valor: la respuesta. Una pregunta tiene un valor estético, su forma provoca el espíritu, igual que una pintura o una escultura que el espectador contempla sin dobleces o preocupaciones urgentes por su utilidad, su verdad o su solución. Esto no significa que no haya que intentar responder, pero en esta perspectiva la perspectiva la respuesta se desvaloriza un poco, baja de su pedestal, pierde su estatus de meta final y última del proceso intelectual, de la actividad del espíritu. No podemos responder a preguntas importantes, a las preguntas profundas no debemos responder. Pueden ser problematizadas, lo que significa analizar su contenido, apreciarlas por lo que aportan y en una segunda instancia, quizás sugerir algunas ideas susceptibles de aclarar diferentes aspectos que pudieran ofrecer materia de discusión. El hecho de preguntar es una experiencia del espíritu, una herramienta que permite explorar los límites del conocimiento y de la comprensión. Así que es crucial que el adulto confiese de vez en cuando al niño que no puede responder a todas las preguntas, sea porque no conoce la respuesta, sea porque no hay respuesta precisa o que convenga plenamente, y explicarle que en ese caso la pregunta debe resultar satisfactoria en sí misma, aunque sea provisionalmente, como garantía de un espíritu vivo.
Es innegable que este enfoque podría generar cierto temor o ansiedad en el espíritu infantil –y del adulto- que necesita valores en los cuales anclar su existencia y su vida espiritual, de la misma manera que necesita alimento para satisfacer las necesidades de su vida biológica. Añado simplemente que, menos mal, un niño no obtiene comida con solo desearlo, que le enseñamos a aguantar ante la urgencia de sus deseos, con el fin de liberarle de la satisfacción inmediata de sus impulsos. El deseo, la falta de conocimiento, es un estado en si mismo sano y productivo, en la medida que le permitamos que cumpla su papel en el tiempo, absteniéndonos de resolver instantáneamente el equívoco y la duda que genera en uno. Después de todo mejor será habituarse puesto que el desequilibrio, la irregularidad y la incomodidad representan características fundamentales y constitutivas de la vida.
AUTONOMIA
Retornemos a la autonomía: como para cualquier actividad que le incumbe al niño, es útil e indispensable que aprenda a manejarse por si mismo. Este tipo de enseñanza supone que el adulto frene su tendencia natural a proteger maternalmente y a darlo todo mascado, de manera que el niño se enfrente consigo mismo para desarrollar sus capacidades. Enseñarle a pescar, más que ofrecerle el pescado, significa que esto último es un obstáculo para el aprendizaje de la pesca, por muy nutritivos que sean los pescados que le das. Pero claro, y ahí está el problema, es más práctico proveer de pescado fresco, ponérselo en la mano, que enseñarle a pescar que implica todo un proceso, lento y sutil, en el cual el enseñante debe conscientemente profundizar en la comprensión del propio arte de pescar y al mismo tiempo ser más perspicaz en cuanto al funcionamiento global del niño. El camino largo, dice Platón, mejor que el corto en el que el maestro provee de respuestas prefabricadas al alumno. El niño debe aprender a trabajar por si mismo, si no buscará eternamente las respuestas ante la autoridad establecida –signo de respeto sin duda- en lugar de buscar en sí mismo. El aprendizaje de la autonomía debe sin embargo comenzar muy pronto, y no va a ser por mandato o por autodeterminación forzada que luego el adolescente o el adulto se inicien en este aspecto crucial de la existencia –como muchos padres lo creen cuando ante un problema específico se les ve enfrentarse a lo que ellos consideran una repentina influencia negativa y perversa. El proceso que hay que poner en marcha es el de animar al niño a confiar en su propia capacidad de pensar, de producir ideas, de deliberar y de juzgar por sus propios medios, por sí mismo, y eso solo se cumplirá únicamente gracias a una iniciación lenta, de práctica constante que ha de arrancar en los primero años.
Nos encontramos con dos objeciones a esta actitud pedagógica estrechamente ligadas entre ellas. La primera es el argumento de valor, la segunda es el argumento de la duda, su corolario. El argumente de valor afirma que los niños necesitan valores para construirse a sí mismos, referencia sin la cual no pueden crecer y constituirse a sí mismos para llegar a ser adultos maduros y responsables, valores sin los cuales un ser humano no está completo. Así mismo los padres o los enseñantes, con el fin de educar, deberían vehicular unas directrices sobre las cuestiones fundamentales: lo verdadero y lo falso, el bien y el mal, la verdad y la mentira, la belleza y la fealdad, lo prohibido y la obligación, los derechos y deberes, etc. Digamos que los adultos, en general, se ven a sí mismos como los guardianes de ciertos principios adquiridos y heredados, componiendo una axiología aproximada cuyos fundamentos no están del todo claros, cuando no llenos de contradicciones. Sin embargo se convencen de que esos valores son necesarios para los niños de los que son responsables, por una mezcla de razones prácticas, ideológicas o simplemente para afirmar su autoridad, razones entre las que no distinguen convenientemente. Si insistimos en el aspecto arbitrario de estos esquemas educativos es porque la razón juega en ello un papel menor, casi ausente. Es evidentemente útil y necesario inculcar al niño un conjunto de “verdades” generales sobre la realidad global y singular, producto de nuestra experiencia de adulto, para que sus acciones y decisiones no se vean reducidas a una simple casuística, para que aprenda a no limitarse a sus impulsos puramente instintivos o reactivos. No debemos olvidar que este empeño está destinado a proveer de sentido al mundo y a su existencia propia, un sentido que el niño necesita, pero si no ofrecemos a ese niño un espacio de libertad para crear por sí mismo una visión del mundo, se convertirá, como muchos seres humanos en un producto del condicionamiento reductor, rígido e irreflexivo, con la posibilidad de que se rebele contra una perspectiva dogmática con una contra-perspectiva igualmente dogmática. En este sentido, debe ser iniciado a una práctica de principios generales de sabiduría, de conocimiento y de utilidad, por razones existenciales, morales e intelectuales, con un cierto grado de imposición sin el cual los principios perderían su propia fuerza, pero deben aprender igualmente a analizar, comparar, criticar, cuestionar y formular los tales principios generales desde sus propias fuerzas. Esta apuesta educativa, apuesta relativa a la razón y a la autonomía, exige un compromiso amplio, generoso y exigente, ante el cual demasiados padres y enseñantes reculan, por diferentes razones: falta de energía, falta de educación, miedo, etc.
Los mismos principios serán más o menos atendidos por el “argumento de la duda” con el añadido de que la incertidumbre es generadora de ansiedad: hay que proteger a ese pequeño ser. Pero de la misma manera que proteger permanentemente a un niño del reto de su puesta a prueba corporal no le permitiría desarrollar su fuerza física, pasa lo mismo con la fuerza psíquica.Si un adulto concibe su responsabilidad hacia el niño principalmente como una protección contra sí mismo y el mundo exterior, no debería sorprendernos si ese niño acaba desarrollando una visión paranoica del mundo, un mundo que no se parecerá jamás a lo que debería ser, un mundo sobre el cual no podrá intervenir en tanto que adulto, puesto que no habrá trabajado jamás sus propias capacidades, puesto que no habrá sido jamás iniciado a su propia potencia. ¿Cómo podría nadie ser generoso y libre si no ha padecido la angustia de la duda, si no ha aprendido jamás a enfrentarse a ella, a aceptarla, a resolverla e incluso a amarla como una especie de desequilibrio que mantiene el espíritu alerta? ¿El primer síntoma de una sociedad de consumo no sería el hecho de que los adultos se preocupan más de satisfacer sus nimios deseos inmediatos, privados y cotidianos, que de revelar algún desafío entusiasmante? La actitud de la que hablábamos exige desarrollar una cierta confianza en sí mismo, en el transcurso del tiempo, a través de numerosos obstáculos y dificultades aparentes, y gracias a ellos.
Un último punto que querríamos destacar sobre esta cuestión es que los niños tiene un sentido más agudo de la gratuidad que los adultos: saben muy bien como jugar diferentes roles, de hacer “como si”, estar presentes en el instante, perciben más fácilmente lo artificioso de su comportamiento y se sienten por eso probablemente menos amenazados que sus mayores por el libre examen y la verificación de sus posturas y de sus ideas. Por su edad y su anclaje en la existencia, los adultos tienen más que perder y más que demostrar: a menudo temen la muerte y el absurdo, más de lo que aman la autenticidad, la vida del espíritu y la puesta a prueba de su intelecto. En eso reside probablemente la razón principal por la cual se sienten obligados a responder a las preguntas de los niños, rehúsan abiertamente a admitir su ignorancia sobre cuestiones fundamentales e imponen su autoridad de manera desconsiderada. Todo ello con toda la buena conciencia del mundo, y por el bien supremo de los niños, al menos en apariencia.
por Oscar Brenifier
Traducción: Mercedes García Márquez
La filosofía con niños, como todas las actividades humanas, adolece de ciertos tics y taras. Para empezar, habría que preguntarse porque un adulto preferiría trabajar con niños mejor que con adultos. Por descontado puede ser por vocación o por necesidad, y hay todo tipo de razones, buenas, generosas o nobles, que justifican y explican esa elección profesional, pero como siempre en un análisis filosófico, parece necesario considerar las patologías naturales que no sólo son causa si no también el resultado de esas elección concreta. A guisa de ejemplo, puesto que el cuestionamiento parece ocupar un lugar central en la actividad filosófica, intentemos analizar en particular cómo los adultos tratan las preguntas que hacen los niños.
LOS ADULTOS Y LOS NIÑOS
No pretendemos proponer un estudio exhaustivo de la cuestión, si no solo lanzar algunas pistas que impliquen consecuencias sobre el filosofar mismo. Intuitivamente o conscientemente, una persona que encuentra dificultades para establecer una relación funcional con adultos, podrá volverse hacia los niños. Primero, porque en muchos casos estos últimos no cuestionan la identidad del adulto, y éste se siente grande y fuerte en su presencia. Segundo, porque a priori se le acuerda al adulto la autoridad y el poder sobre los niños. Tercero, porque el adulto tiene la impresión de saber mucho comparado con los niños. Cuarto porque el adulto puede revivir su infancia y para eso algunos se sentirán bien con sus compañeros de infancia. Sin embargo, nada de todo esto es totalmente claro, ni particularmente consciente. Como identificó Frederic Schiller se da siempre una cierta ambigüedad en la relación de un adulto y un niño. Cuando un adulto ve tropezar a un bebé que está aprendiendo a andar, se siente ciertamente muy competente, fuerte y poderoso comparado con él, pero en ese mismo momento se le produce un pequeño toque de celos, ante la idea de ese ser que tiene todavía todas las posibilidades, toda la vida por delante: todas las opciones están abiertas, lo que en consecuencia induce a cierto resentimiento por un pasado ya resuelto y determinado. Seguramente todas las almas buenas protestarán enérgicamente ante semejante sentimiento de envidia hacia un pobre niño inocente y sin defensa, dirán que jamás pensarían algo así.
Los niños son filósofos naturales en el sentido de que con toda facilidad les vienen las preguntas a la mente. A una edad en la que tienen tanto que descubrir del mundo y de si mismos, la sorpresa, la admiración y la estupefacción, características importantes de un espíritu filosófico, están presentes plenamente. Aunque pudiéramos objetar que no es totalmente consciente del contenido de las preguntas que formula: tomemos como ejemplo esos porqués que pudieran ser articulados de manera muy mecánica sin ningún ánimo de respuesta. En cualquier caso, como todo lo que atañe a la naturaleza humana, esta tendencia puede ser educada o animada, interrumpida o desarrollada. Desde la edad de siete u ocho años, observamos como un cierto principio de realidad, que podemos denominar principio de certeza, tan legítimo él, invade el ánimo del niño, lo que sofoca la interrogación metafísica que hasta ese momento constituía la mayor parte de su vida intelectual. Entra en una edad de la ciencia, que supone a su vez su propio ámbito de preguntas y respuestas establecidas que tienden a restringirse al campo de lo físico, constreñidas a lo probable y a la certeza de lo sensible, más comúnmente aceptables que la pura posibilidad o la vena poética. Deseo poner de relieve un cierto condicionamiento del espíritu, tenido por normal y previsible, puesto que ese proceso constituye la mayor parte del aprendizaje de la vida en sociedad, que implica conformarse con el conocimiento y el comportamiento adquiridos socialmente, proceso que simultáneamente conlleva una constricción y una disminución importante de las competencias intelectuales del niño. Naturalmente, la naturaleza y las modalidades de estas transformaciones dependerán mucho del contexto cultura y familiar. En mi opinión la enseñanza filosófica consiste en mantener, instaurar o restaurar el cuestionamiento ilimitado que autoriza al niño, y al adulto más tarde, a pensar lo impensable. Intentaré mostrar como va siendo inhibido lenta o brutalmente ese potencial para el cuestionamiento de un espíritu singular.
DEMASIADO OCUPADO
Me parece haber identificado tres disfunciones importantes mediante las cuales las preguntas de los niños y su capacidad de sorpresa pueden enfriarse o apagarse. Los presentaré por orden de sutileza y sofisticación creciente, aunque el proceso no sea tan mecánico como lo presento, y ciertamente opera a menudo una cierta mezcla heterogénea de comportamientos de los padres o de los adultos. El primer obstáculo, el más común, es el puro y simple no prestar atención a sus preguntas y a su asombro. Esto toma la forma ligera e indirecta de no escuchar, o la forma más brutal de guardar silencio y mirar hacia otro lado. Me parece importante clasificar estos dos tipos de reacciones en la misma categoría, aunque una de ellas guarde una apariencia más flexible y civilizada, a largo plazo producirán exactamente el mismo efecto.
Cuantos padres que no privan nunca o rara vez a sus hijos del derecho de hablar y a los que incluso les horroriza tal cosa, continúan sin embargo haciendo sus cosas, sean importantes o nimias, sea el trabajo, las compras, o ver la televisión, o ir de acá para allá, sin realmente pararse a escuchar a sus hijos. Actuando de este modo los padres establecen una jerarquía precisa con respecto a sus hijos, determinando en el presente y para el futuro lo que es de primer orden y lo que es secundario. La necesidad inmediata prima definitivamente sobre la gratuidad del examen intelectual y la belleza de la contemplación. Si así sucede, el adulto no debería extrañarse, en ese momento o más tarde, que su niño no reflexione antes de actuar y obedezca al primer impulso.
RESPUESTAS HECHAS
La segunda manera de ocultar el hecho de preguntar es respondiendo directamente a sus preguntas, sea cual sea el grado de complejidad, la oportunidad y la calidad de las respuestas. Aunque el tiempo empleado y la manera en que se articulen las respuesta marquen cierta diferencia. Lo que motiva mi crítica de la respuesta del adulto o del profesor es que supone una “falsa” relación con el hecho de preguntar. Este comportamiento aumenta la tendencia a contar con la autoridad exterior, desarrollando la heteronomia más que la autonomía. Lo que califico de “falso” es el hecho de que las preguntas no son apreciadas por si mismas, como un precioso regalo que nuestro espíritu nos ofrece, si no que se ven transformadas en simples demandas de satisfacción, un hueco que pide ser llenado, como algo molesto que el benevolente padre quiere obstinadamente corregir ofreciendo la respuesta hecha. Y sin embargo, estas respuestas serán seguramente menos innovadoras y creativas que la pregunta misma. La idea que avanzo aquí es la de que afirmar que una pregunta tiene valor por ella misma. Representa una apertura al mundo y al ser, que necesariamente produce un concepto o una idea, como negativo de algo que no tiene más valor: la respuesta. Una pregunta tiene un valor estético, su forma provoca el espíritu, igual que una pintura o una escultura que el espectador contempla sin dobleces o preocupaciones urgentes por su utilidad, su verdad o su solución. Esto no significa que no haya que intentar responder, pero en esta perspectiva la perspectiva la respuesta se desvaloriza un poco, baja de su pedestal, pierde su estatus de meta final y última del proceso intelectual, de la actividad del espíritu. No podemos responder a preguntas importantes, a las preguntas profundas no debemos responder. Pueden ser problematizadas, lo que significa analizar su contenido, apreciarlas por lo que aportan y en una segunda instancia, quizás sugerir algunas ideas susceptibles de aclarar diferentes aspectos que pudieran ofrecer materia de discusión. El hecho de preguntar es una experiencia del espíritu, una herramienta que permite explorar los límites del conocimiento y de la comprensión. Así que es crucial que el adulto confiese de vez en cuando al niño que no puede responder a todas las preguntas, sea porque no conoce la respuesta, sea porque no hay respuesta precisa o que convenga plenamente, y explicarle que en ese caso la pregunta debe resultar satisfactoria en sí misma, aunque sea provisionalmente, como garantía de un espíritu vivo.
Es innegable que este enfoque podría generar cierto temor o ansiedad en el espíritu infantil –y del adulto- que necesita valores en los cuales anclar su existencia y su vida espiritual, de la misma manera que necesita alimento para satisfacer las necesidades de su vida biológica. Añado simplemente que, menos mal, un niño no obtiene comida con solo desearlo, que le enseñamos a aguantar ante la urgencia de sus deseos, con el fin de liberarle de la satisfacción inmediata de sus impulsos. El deseo, la falta de conocimiento, es un estado en si mismo sano y productivo, en la medida que le permitamos que cumpla su papel en el tiempo, absteniéndonos de resolver instantáneamente el equívoco y la duda que genera en uno. Después de todo mejor será habituarse puesto que el desequilibrio, la irregularidad y la incomodidad representan características fundamentales y constitutivas de la vida.
AUTONOMIA
Retornemos a la autonomía: como para cualquier actividad que le incumbe al niño, es útil e indispensable que aprenda a manejarse por si mismo. Este tipo de enseñanza supone que el adulto frene su tendencia natural a proteger maternalmente y a darlo todo mascado, de manera que el niño se enfrente consigo mismo para desarrollar sus capacidades. Enseñarle a pescar, más que ofrecerle el pescado, significa que esto último es un obstáculo para el aprendizaje de la pesca, por muy nutritivos que sean los pescados que le das. Pero claro, y ahí está el problema, es más práctico proveer de pescado fresco, ponérselo en la mano, que enseñarle a pescar que implica todo un proceso, lento y sutil, en el cual el enseñante debe conscientemente profundizar en la comprensión del propio arte de pescar y al mismo tiempo ser más perspicaz en cuanto al funcionamiento global del niño. El camino largo, dice Platón, mejor que el corto en el que el maestro provee de respuestas prefabricadas al alumno. El niño debe aprender a trabajar por si mismo, si no buscará eternamente las respuestas ante la autoridad establecida –signo de respeto sin duda- en lugar de buscar en sí mismo. El aprendizaje de la autonomía debe sin embargo comenzar muy pronto, y no va a ser por mandato o por autodeterminación forzada que luego el adolescente o el adulto se inicien en este aspecto crucial de la existencia –como muchos padres lo creen cuando ante un problema específico se les ve enfrentarse a lo que ellos consideran una repentina influencia negativa y perversa. El proceso que hay que poner en marcha es el de animar al niño a confiar en su propia capacidad de pensar, de producir ideas, de deliberar y de juzgar por sus propios medios, por sí mismo, y eso solo se cumplirá únicamente gracias a una iniciación lenta, de práctica constante que ha de arrancar en los primero años.
Nos encontramos con dos objeciones a esta actitud pedagógica estrechamente ligadas entre ellas. La primera es el argumento de valor, la segunda es el argumento de la duda, su corolario. El argumente de valor afirma que los niños necesitan valores para construirse a sí mismos, referencia sin la cual no pueden crecer y constituirse a sí mismos para llegar a ser adultos maduros y responsables, valores sin los cuales un ser humano no está completo. Así mismo los padres o los enseñantes, con el fin de educar, deberían vehicular unas directrices sobre las cuestiones fundamentales: lo verdadero y lo falso, el bien y el mal, la verdad y la mentira, la belleza y la fealdad, lo prohibido y la obligación, los derechos y deberes, etc. Digamos que los adultos, en general, se ven a sí mismos como los guardianes de ciertos principios adquiridos y heredados, componiendo una axiología aproximada cuyos fundamentos no están del todo claros, cuando no llenos de contradicciones. Sin embargo se convencen de que esos valores son necesarios para los niños de los que son responsables, por una mezcla de razones prácticas, ideológicas o simplemente para afirmar su autoridad, razones entre las que no distinguen convenientemente. Si insistimos en el aspecto arbitrario de estos esquemas educativos es porque la razón juega en ello un papel menor, casi ausente. Es evidentemente útil y necesario inculcar al niño un conjunto de “verdades” generales sobre la realidad global y singular, producto de nuestra experiencia de adulto, para que sus acciones y decisiones no se vean reducidas a una simple casuística, para que aprenda a no limitarse a sus impulsos puramente instintivos o reactivos. No debemos olvidar que este empeño está destinado a proveer de sentido al mundo y a su existencia propia, un sentido que el niño necesita, pero si no ofrecemos a ese niño un espacio de libertad para crear por sí mismo una visión del mundo, se convertirá, como muchos seres humanos en un producto del condicionamiento reductor, rígido e irreflexivo, con la posibilidad de que se rebele contra una perspectiva dogmática con una contra-perspectiva igualmente dogmática. En este sentido, debe ser iniciado a una práctica de principios generales de sabiduría, de conocimiento y de utilidad, por razones existenciales, morales e intelectuales, con un cierto grado de imposición sin el cual los principios perderían su propia fuerza, pero deben aprender igualmente a analizar, comparar, criticar, cuestionar y formular los tales principios generales desde sus propias fuerzas. Esta apuesta educativa, apuesta relativa a la razón y a la autonomía, exige un compromiso amplio, generoso y exigente, ante el cual demasiados padres y enseñantes reculan, por diferentes razones: falta de energía, falta de educación, miedo, etc.
Los mismos principios serán más o menos atendidos por el “argumento de la duda” con el añadido de que la incertidumbre es generadora de ansiedad: hay que proteger a ese pequeño ser. Pero de la misma manera que proteger permanentemente a un niño del reto de su puesta a prueba corporal no le permitiría desarrollar su fuerza física, pasa lo mismo con la fuerza psíquica.Si un adulto concibe su responsabilidad hacia el niño principalmente como una protección contra sí mismo y el mundo exterior, no debería sorprendernos si ese niño acaba desarrollando una visión paranoica del mundo, un mundo que no se parecerá jamás a lo que debería ser, un mundo sobre el cual no podrá intervenir en tanto que adulto, puesto que no habrá trabajado jamás sus propias capacidades, puesto que no habrá sido jamás iniciado a su propia potencia. ¿Cómo podría nadie ser generoso y libre si no ha padecido la angustia de la duda, si no ha aprendido jamás a enfrentarse a ella, a aceptarla, a resolverla e incluso a amarla como una especie de desequilibrio que mantiene el espíritu alerta? ¿El primer síntoma de una sociedad de consumo no sería el hecho de que los adultos se preocupan más de satisfacer sus nimios deseos inmediatos, privados y cotidianos, que de revelar algún desafío entusiasmante? La actitud de la que hablábamos exige desarrollar una cierta confianza en sí mismo, en el transcurso del tiempo, a través de numerosos obstáculos y dificultades aparentes, y gracias a ellos.
Un último punto que querríamos destacar sobre esta cuestión es que los niños tiene un sentido más agudo de la gratuidad que los adultos: saben muy bien como jugar diferentes roles, de hacer “como si”, estar presentes en el instante, perciben más fácilmente lo artificioso de su comportamiento y se sienten por eso probablemente menos amenazados que sus mayores por el libre examen y la verificación de sus posturas y de sus ideas. Por su edad y su anclaje en la existencia, los adultos tienen más que perder y más que demostrar: a menudo temen la muerte y el absurdo, más de lo que aman la autenticidad, la vida del espíritu y la puesta a prueba de su intelecto. En eso reside probablemente la razón principal por la cual se sienten obligados a responder a las preguntas de los niños, rehúsan abiertamente a admitir su ignorancia sobre cuestiones fundamentales e imponen su autoridad de manera desconsiderada. Todo ello con toda la buena conciencia del mundo, y por el bien supremo de los niños, al menos en apariencia.
COMPLACENCIA
La tercera cuestión importante por la cual el preguntar del niño y su asombro son aniquilados es lo que podría denominarse la complacencia o la actitud condescendiente. Su manifestación más frecuente surge como una exclamación, a guisa de respuesta a las palabras del niño, que se parece a algo así como ¡Oh, mírale qué mono! Por la palabra complacencia entendemos a la vez una complacencia hacia el niño y también hacia el adulto, este último como testigo de las palabras infantiles y autor del comentario, en su actitud paternalista y satisfecha. Se trata de una complacencia hacia el niño ya que, por comodidad, no le permitimos que se oiga, no le animamos a escuchar lo que dice, a explicitar, a comprender sus propias palabras, a considerar las consecuencias y las aplicaciones. Se incita al niño a que ofrezca una actuación, una representación, a dar gusto al adulto, a ser mono, a esparcir algunas palabras con la esperanza de un éxito fácil, un éxito adquirido en la medida que obtenga una exclamación de satisfacción por parte de la autoridad competente. En cuanto al adulto, éste se satisface con poco puesto que no se toma la molestia de pensar con detenimiento lo que entra por sus oídos. Puede que el deseo del niño fuera el de expresar algo profundo y potente, pero la tentativa queda en cierto modo ridiculizada, viéndose reducida a la monería y la coquetería. Y aunque el niño se vea sorprendido por la risa, la sonrisa o la exclamación del adulto, en segunda instancia terminará contento con su éxito: la próxima vez intentará, de manera deliberada, obtener un resultado parecido mejor que intentar nuevamente expresar algo profundo, se verá animado a un comportamiento ciertamente histriónico. El reto que tenía el trabajo del adulto, era el de ahondar, de profundizar y de actualizar la intención del niño de esas intuiciones fuertes que los niños podrían tener del tipo ¡El rey está desnudo! O incluso alguna de esas cuestiones básicas, casi olvidadas y tan frecuentemente embarazosas como la de ¿Porqué estamos aquí? La responsabilidad del adulto debería ser la de invitar al niño a ir más allá, a ir hacia la responsabilidad que necesita apertura, receptividad, estado de alerta, paciencia y un mínimo de rigor. Cuantos enseñantes desatienden demasiado fácilmente el discurso del niño por la falta de todo eso, cuando una escucha atenta les habría proporcionado claridad sobre ciertas dificultades pedagógicas o habría permitido esclarecer o justificar ciertas interpretaciones insospechadas de objetos de conocimiento. No olvidemos que la reacción del ¡qué mono! es el equivalente inverso de ¡Todo eso no son más que bobadas! En los dos casos el sentido profundo desaparece. La condescendencia es una actitud compleja. Si la acusas de falta de respeto en su manera de dirigirse a ti, se opondrá a tus críticas con el argumento de que su intención es amable y cuidadosa de tu persona. No puedes por menos que responder: ¡Pero si me tratas como a un niño! Los adolescentes se rebelan rabiosos contra esa actitud porque no terminan de conceptualizar el problema que plantea y termina primando el sentimiento de frustración y dejan que la cólera se manifieste como único modo de rebelión. Pero el niño, él, opera en un mondo relacional y de dependencia: la complacencia puede no sobrarle en absoluto. Quiere principalmente obtener manifestaciones de amor y apreciación, y todavía no se ha angustiado demasiado con respecto a su autonomía, al menos no en lo relativo al pensamiento y las ideas. De manera que sacrificará fácilmente el deseo de expresar pensamientos profundos, inteligentes y apasionados, y pasará por alto una intención que no está seguro de dominar a cambio de gustar a la autoridad. Se siente más valorado a través de esas reacciones condescendientes que por la demanda que supondría un cuestionamiento suplementario o una discusión con el adulto, a menos que no se haga más consciente de sus capacidades de pensar y aprenda a fiarse de ellas y sentirse confiado con ellas. Observemos la sonrisa permanente que algunos adultos enarbolan como signo de bienvenida hacia el discurso del niño: ¿No nos sentiríamos insultados si nos escucharan con esa sonrisa obligada? La sonrisa frecuente, que para un recién nacido comporta un significado fuerte e importante, puede convertirse en obstáculo cuando el niño crece, cuando necesita que le tomen en serio.
AMAR A LOS NIÑOS
Sin duda, los adultos pueden aprender de la discusión con los niños. Por su actitud inocente, todavía no muy condicionada, ni cerrada a lo originario, menos asustada por las verdades generales y sus implicaciones, menos preocupadas de la aprobación de la sociedad, menos calculadora y cínica, pueden producir esos tesoros de sabiduría y de verdad que nosotros los adultos amamos tanto oír: “los niños siempre dicen la verdad” decimos. Hasta tal punto puede llegar así que algunos teóricos erigirán sin dudar al niño en verdadero maestro, y como a menudo ocurre con un maestro se le pone en un pedestal y es glorificado, los idólatras capitularán ante su capacidad de pensar; en este caso abandonarán su capacidad de confrontarse consigo mismos y a la radicalidad de la juventud. Estos olvidan fácilmente que el niño en realidad ignora su infancia: hay que recorrer un largo camino antes de conocerse a sí mismo y conocer su entorno. El espíritu humano es astuto: está lo suficientemente informado sobre sí mismo como para ser capaz de alimentar y adular sus propias tendencias tortuosas. Nuestro encantador espíritu se ha entrenado desde su más tierna edad a interpretar el mundo, a darle sentido, a adaptar su lenguaje y su verdad para sentirse a gusto, para sentirse mejor, y poder olvidar su debilidad y su condición mortal. Que sea porque no escuchamos al niño, de manera abierta o sutil, haciéndole callar con respuestas, sonriendo o riéndose de sus pueriles palabras, contemplando y admirando su “pequeño y maravilloso sí mismo”, cayendo en el dulce cepo de la nostalgia, lo cierto es que una pequeña vuelta de tuerca separa el utilitarismo, el dogmatismo, el cinismo y el romanticismo. En todo caso estas actitudes darán protección a nuestro vieja persona usada por la experiencia, haciendo que chispas de genio primitivo surjan de modo inesperado desde la inconsciencia de nuestros hijos. Es demasiado fácil utilizar a estos pequeños seres y sus eyaculaciones simplemente para ofrecer a nuestra ansiosa y timorata persona un complemento para el alma. No hagamos como esos viejos y patéticos emperadores chinos que tenían por costumbre bañarse con docenas de adolescentes con el fin de obtener de ese baño regenerador, algo de juventud y algo de longevidad. Podríamos estar queriendo a los niños como las damas de la caridad aman a sus pobres. Visitan a los menesterosos cada domingo por la tarde, después del almuerzo y antes del té, y les llevan algunas ropas viejas y les instalan dos o tres cortinas de puntillas en las ventanas rotas. Se sienten bien, ¡tanto!, y ese sentimiento de calor y de buena conciencia le durará toda la semana, mientras se aplican a sus actividades mundanas, frívolas y sin interés.
Los niños pueden ser espíritus muy provocadores, en la medida en que nosotros provoquemos su espíritu. El adulto que se presenta a sí mismo como el animador de una discusión filosófica con los niños y no les hace ver su propio pensamiento, en general no se enfrentará a sí mismo: si no se embarca él mismo en una actividad filosófica, no podrá asegurar que los niños filosofen, aunque solo sea porque los niños ignoran en qué consiste la filosofía y sus exigencias, y que habría que enseñarles. Si el adulto no encuentra una manera de comprometerse más profundamente en la reflexión filosófica en el trascurso del trabajo en clase –un compromiso que no tomará necesariamente una forma idéntica a la de los niños- éstos serán menos proclives a comprometerse ellos mismos. Después de todo él es el enseñante, y si el enseñante actúa como un espectador, los niños harán lo mismo, y participarán en el ejercicio solo formalmente. En general los adultos están contentos con los niños, como con cualquier ser u objeto, cuando obtienen de ellos lo que esperan. Esta afirmación parecerá muy dura hacia los adultos “llenos de buena voluntad”. Y sin embargo poco importa la naturaleza y la legitimidad de la voluntad, no es más que voluntad. Y esta voluntad es diversa. El esquema más clásico es la voluntad de ver en la infancia lo que ponemos en ella –como el interés de nuestra inversión- y la de estar satisfecho escuchando el eco de nuestras propias palabras, de nuestro propio sistema mental. Puede que sea escuchándole con una inclinación de cabeza paternalista que signifique “Habla hijo, habla hija, participa, expresa te, está bien oírte hablar aunque yo sé mucho más que tu y te lo haré saber a la primera de cambio”. O puede que sea por la imposición más franca y directa de un sistema de valores, de una ética, que, sin paciencia ninguna, no soporta ninguna desviación o herejía. O, todavía más, puede ser que sea porque no dejamos ni un momento ni intersticio para el cuestionamiento. El resultado es el mismo: si el adulto no aprovecha la oportunidad de filosofar, de problematizar su propio pensamiento, y por consiguiente ¿Cómo podría inducir o animar un proceso filosófico en el espíritu del niño? Para empezar a filosofar el adulto debe ser consciente de sus propias razones de filosofar, y con más razón si quiere hacerlo con niños. De este modo sus alumnos no serán un refugio para sentirse mejor. Curiosamente, hacerse consciente de la verdadera naturaleza de filosofar con los niños pasa probablemente por la confesión de un deseo egoísta por parte del enseñante que puede solamente cumplirse confrontando su propio pensamiento con el de los niños, puesto que están dotados de genialidad natural, mezclado con una suprema banalidad, combinación ésta que los adultos no sabrían cómo conseguir, simultáneamente descubrimos verdaderas perlas, si somos capaces de escucharles, al margen de nuestro sentimiento de potencia por nuestro conocimiento consumado y nuestras competencias. Pero, ¿Por qué no? ¡Hay peores condiciones y caminos para filosofar!
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